Cuanto frío pueden pasar unos críos en el crudo invierno de Madrid cuando no hay nada para calentarse.
El carbón era carísimo, las astillas para prender la lumbre mojadas, y los recursos para las gentes que vivían en los cincuenta muy limitados.
Carbón, era la pesadilla en el invierno, carbón que arda y caliente los huesos helados hasta los tuétanos.
No había con que calentarse, lo mejor salir a la calle y correr, jugar al rescate, tu la llevas, el escondite a llamar a las puertas, policías y ladrones, de esta forma se pasaban las horas sin pensar en el frío, el hambre o las privaciones.
Chicos y chicas menores de once o doce años pasaban su tiempo libre en la calle, saltando, chillando, jugando. El frio y el mal humor quedaban encerrados en las casas donde las madres se lamentaban de la escasez.
Dentro de las casas, salvo en la cocina, el frío era espantoso y los sabañones en los pies o manos era la norma general.
Como picaban y dolían por mucho que las madres se afanaran tejiendo jersey y calcetines de lana para marido e hijos.
Manos agrietadas del agua fría, costras que dolían cantidad y ninguna crema para aliviar las molestias.
Inviernos de Madrid años cuarenta y cincuenta, cuanto duraban, interminables, cuando vendrá el buen tiempo se escuchaba de continuo comentar en las tiendas o puestos callejeros.
Las cerilleras que vendían tabaco y caramelos sentadas en unas sillas de madera en mitad de la calle tiritaban de frio bajo capas y capas de ropa y algunas mantas raídas.
Los chavales cuando conseguían alguna "perra chica o gorda", cinco o diez céntimos de peseta, corrían a comprar alguna golosina, un chicle, diez de pipas o algún cigarrillo los mayores que se fumaban a escondidas de los mayores.
Que pensarían estas mujeres inmóviles durante horas, sentadas a ambos lados de la calle próximas a algún cine, peleando con los críos que trataban de sisarles algún caramelo o chicle a poco que se descuidaran.
En un pequeño cesto depositaban su mercancía y así vendiendo chucherías sacarían algunos céntimos de ganancia para ir mal viviendo.
En algún otro puesto se cambiaban tebeos o novelas baratas a los muchachos que con diez céntimos de peseta conseguían cambiar algún tebeo con el que pasar la tarde, y una vez leído a cambiarlo con algún otro crio que hubiera renovado su colección por el mismo procedimiento.
El problema era siempre donde encontrar una "perra gorda" (los diez céntimos) y así completar una tarde de sábado o domingo.
Nada calmaba el frío, nada aliviaban los sabañones, picaban y dolían a rabiar.
¿Qué hacer?.
Aguantar, simplemente aguantar y no quejarse pues lo último era siempre cabrear a los mayores.
Frío en la casa, frío en el colegio, frío a veces en la calle que se combatía corriendo y jugando.
¿Qué nos quedaba?.
El cine, las salas de sesión continua, todos apiñados hasta la primera fila recibiendo y dando calor humano e incluso con suerte con la calefacción encendida.
Suficiente para sentirse en la gloria y repetir las películas una y otra vez en sesiones interminables de cinco horas.
Cine, cine, cine, mas cine por favor como cantaba Luis Eduardo Aute en años posteriores.
Mas cine, todo lo que el cuerpo y la mente aguantaran con tal de estar calientes y a salvo.
emi
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