sábado, 24 de enero de 2015

CALOR Y FRIO EXTREMO



Baviera 

El clima de Madrid es muy duro, igual que el de las dos mesetas de España, el frío en invierno es extremo a pesar de que sean días soleados. De madrugada dos o tres bajo cero un día tras otro, al mediodía puede subir a quince en Enero y a casi veinte en Febrero.
Estas crestas de temperaturas hacen que las gripes y catarros sean compañeros habituales del invierno, primavera e incluso otoño o verano.
Nosotros, castellanos mesetarios, estamos habituados y puede haber algún invierno que nos libremos de agarrar el típico catarro, otros inviernos podemos pillar dos o tres, o uno que dura todo el invierno.
Pero no suelen ser tan fuertes como para impedirnos hacer nuestra vida habitual, trabajo, faenas de casa, cuidado de los niños y demás tareas.
Los inmigrantes que han llegado a España de temperaturas mas suaves, como Latino America, no están acostumbrados a este clima, tampoco sus genes son inmunes a estos vaivenes de catarros, gripes, alergias, y otros males habituales a los bruscos cambios de temperatura.

No hay invierno que los amigos latinos que conozco y trato se libren de terroríficos catarros que les resultan muy costosos de sobrellevar.



Múnich    Alemania



Nuestra amiga y empleada Isabel ayer tenía treinta y nueve de fiebre. Recién llegada de Lima, allí es verano, este frío helador de Madrid le ha dejado fuera de juego.
Se siente fatal, pobre, y tiene que pagar en cama el coste de un gripazo, o catarro que le produce infinidad de molestias.

Y nosotros, ¿que hacemos sin ella?, pues recurrir a otra amiga latina Chari y su hija Fabiola, que han estado viniendo a sustituirla cuando ella ha estado ausente en Perú.
Hace dos semanas ambas estuvieron también en la cama con fiebre, tos y dolor de garganta.

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Tanto Cuca, como yo mismo, necesitamos ya de alguien que nos ayude a sobrellevar el vivir cotidiano.
Mi esposa más que nadie, yo no tanto, pero necesito ayuda en el cuidado de ella pues ya los años no perdonan.





Múnich, cochazos en la calle

































Y yo sigo cumpliendo años con una tarea que me sobrepasaba en todos los aspectos.
Llegó un momento en que no podía con todo, cuidar de Cuca, atenderla en todas sus necesidades, comprar, cocinar, asear la casa, pensar en las comidas, las compras, traerlas, hacer cuentas, cuidarme yo mismo.

Quince años haciéndolo pesaban como plomo y pensé que mejor gastar lo que fuera de donde pudiera antes que seguir haciéndolo.

Pienso en tantos ancianos que a duras penas se valen, algunos cuidando de sus cónyuges, sin medios y sin fuerzas para hacerlo.
Me dan mucha, muchísima pena, cuando los veo por la calle o cuando leo lo desamparados que están en grandes ciudades como esta de Madrid.
Algunos tienen hijos, o hijas, pero es igual, como si no los tuvieran. O están lejos, o tienen sus propias familias, o sus trabajos, y simplemente no pueden o no tienen tiempo ni ganas para dedicar cuidados a sus progenitores.






Y los viejillos van por la calle, arrastrando sus pies, cargados con bolsas que no pueden casi llevar, a punto de dar con sus huesos sobre el pavimento, con dolor en sus articulaciones, deseando hablar con alguien para disipar su soledad.

¿A quien le importan?.

Parece ser que a nadie.



emi



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